Cada semana es un misterio, estoy de aquí para allá, a veces más allí y a veces más aquí. Ya no sé cuál es mi casa y tampoco sé dónde debería sentirme cómoda. Tener compañeros de piso debe ser divertido, si te caen bien. Tener compañeros de piso obligados desde que naciste no lo es tanto. Vivir con tus padres con esta edad, rozando los 30 (encima mi madre me recuerda que aún no los tengo y que puede decirme lo que le apetezca, porque si no tienes esa edad para ella sigues siendo una niña) es una experiencia que fluctúa entre la comedia y un experimento social que ha ido demasiado lejos sin tener tu consentimiento.
En la adolescencia me imaginaba compartiendo piso con mis mejores amigas en la ciudad, pero las circunstancias no han ido como lo habíamos planeado (traicionada por parejas, novios, yo qué, lo que para ellas es más importante que una amistad). La realidad: sigo en mi habitación de adolescente, rodeada de peluches que no tengo corazón para tirar, y con una madre que sigue entrando sin llamar porque “mientras vivas bajo mi techo, harás lo que yo diga”.
Cada día es un recordatorio de que no soy una adulta funcional, sino una mezcla entre una estudiante eterna y una okupa con apellido en común con los caseros. Mi madre me informa de toda la vida de los vecinos, de sus hijos (que poco me importan) y de que la borde de delante está embarazada. Mi padre cree que mi plan de pensiones es dejarme vivir aquí hasta que herede la casa (habrá malos rollos con mi hermana porque ella también la querrá), supongo que siempre seré “su niña”, cosa que no quiero. Y yo… bueno, yo hago como que tengo un plan de escape, pero con los alquileres más caros que un riñón en el mercado negro, la única escapatoria viable es vivir debajo de un puente.
Las discusiones son surrealistas. Dicen que nunca estoy en casa, ¿a caso saben el infierno que es vivir allí? El control constante me va a matar, después dicen que siempre estoy de mal humor pero lo que me pasa es que quiero estar SOLA y tener mi propia vida, ¿es mucho pedir? Se ve que en los tiempos que corren, sí.
Lo peor es la falta de privacidad. Intentar tener una vida amorosa en estas condiciones es misión imposible. Mi madre me pregunta cada semana que por qué no viene mi novio a casa…Bueno, es que aquí se ve que las paredes tienen oídos y no podemos mantener tranquilamente ni una conversación en privado. Y obviamente él también tiene una vida, trabaja y el tiempo no siempre da para que esté en casa conmigo…y con mis padres.
Y sin embargo, aquí sigo (y aún así me quedé… en contra de mi voluntad). Porque por más que me queje, por más que sueñe con un estudio minúsculo con una lavadora que no comparta con mis padres, sé que en esta casa siempre habrá refugio, aunque la vida me vaya mal, siempre podré volver. Pero me quiero ir, así que por favor que explote la burbuja inmobiliaria ya, que al final me voy a quedar calva por estrés.
Un abrazo,
espero verte en la siguiente.
Ojalá pronto puedas emprender tu vida. Yo recuerdo esa fase de la mía...y desde luego no es nada agradable.
¡Mucho ánimo! Quiero creer que todo va a explotar pronto (muy pronto) y al fin podremos ir tachando cosas de la lista <3