Despierto, enfadada como cada mañana, porque he dormido mal, como cada noche. Levanto la persiana y veo a la señora del edificio de delante. Qué pesada. Siempre en el balcón. Me siento observada. Ojalá nunca hubieran construido ese edificio tan cerca. Me gustaba mi privacidad cuando me mudé a este piso, mi creída independencia, porque iba a tener una habitación más grande y luminosa. Resultó ser el cuarto donde las paredes filtran todo tipo de sonido: el del salón, el del vecino de arriba, el de abajo, el de la calle cuando pasa el camión de la basura por la noche. También pusieron esos contenedores al otro lado de la calle por culpa del otro maldito edificio.
Primero vienen las expectativas, después las quejas y, finalmente, la envidia, en cada una de las facetas de mi vida. Soy un ser lleno de amargura, de poca sensibilidad, de descontento, de lamento. ¿Motivos? Ninguno. ¿Mis razones? Todas las que quieras. Te hago una tesis, si hace falta.
¿Qué hubiera pasado si no hubiera sido yo? Si hubiera sido mi hermana por ejemplo, que nació antes y pudo hacer todo lo que se propuso (nada a lo que yo aspiro realmente, pero eran sus metas), con ayuda de mi madre, con su mente empollona, con su vida perfecta de novio, independencia, boda, hijos. Le falta la mascota, y no quiere, algo que yo nunca entenderé. ¿Hubiera sido más fácil la vida así? ¿Qué hubiera pasado si hubiera sido mi prima, sin expectativas en el futuro, estudiando una carrera fácil (admitamos ya que hay carreras más exigentes y difíciles, es lo que hay), teniendo el título porque sí, poniéndose a trabajar de lo que sea, haciendo locuras, comprando un negocio, vendiéndolo y a seguir? No tengo tantos ovarios. ¿Qué hubiera pasado si hubiera sido una de mis amigas? Con dinero, familias perfectas, delgadas, conformistas, con pocas aspiraciones, pero con recursos. No sé, tal vez sería influencer y todo. Lo hubiera aprovechado.
Desde dentro todo es antiestético porque no es la vida que pensé que llevaría cuando era una niña. Idealicé todo: los estudios, las amigas, la carrera, el trabajo. Todo mentira. Me mentí, y ahora me arrepiento de no ser otra persona, de no haber tomado otras decisiones, de que nadie me parara los pies, de que me animaran a hacerlo, de que me escondieran la realidad.
Y entonces, como cada día, abro cualquier red social. Y me odio. Porque sé lo que va a pasar, y aun así lo hago. Gente feliz, gente productiva, gente enamorada de su perro, su trabajo, su rutina. Gente que madruga por voluntad propia. Gente que escribe de maravilla, aquí en Substack (qué envidia) ¿Por qué nadie se queja de que vivir es un trabajo a tiempo completo y sin cobrar?
Yo sí. Yo me quejo. Me quejo porque me prometieron que todo iba a ser posible si me esforzaba. Y me he esforzado. Vaya si lo he hecho. O no. La mayoría de veces me autosaboteo y pienso que no he hecho nada, que soy una vaga, que no me merezco el lugar donde estoy (y en el que muchas veces no quiero estar). Me quejo porque hay días en los que no puedo con la presión de parecer una persona funcional, porque tengo listas de tareas que nunca se acaban y una lista de sueños que ni siquiera empecé. Me quejo porque mi sueño se está borrando de mi mente y la cruda realidad le gana a pulso.
Y encima tengo envidia. Que es lo peor. Porque no quiero tenerla. Porque me educaron para ser buena, para alegrarme por los demás. Pero, sinceramente, ¿cómo no tenerla cuando todo el mundo parece estar viviendo la versión beta de la vida que yo pedí? Me da envidia hasta la gente que duerme bien. Que se despierta con energía. ¿Qué droga es esa y por qué no me la recetaron? No me sirve el diazepam, ya lo he probado. Se ve que soy inmune a las drogas.
Yo quería ser una mujer libre, fuerte, independiente y autosuficiente. He acabado siendo una mujer cansada, irritable, sensible al ruido y con dolores cervicales por estudiar tantas horas (cuando me puedo concentrar, que son pocas veces). Me esfuerzo por mantener la compostura, pero a veces solo quiero sentarme en el suelo y decir “no puedo más”. Ser una niña otra vez, quejarme sin culpa. Porque ser adulta y quejarse te convierte en una amargada. Y encima lo tienes que hacer con elegancia.
Pero qué más da. Seguiré quejándome. Porque si no me quejo, reviento. Porque si no me quejo, ¿dónde pongo todo esto que siento? Y porque, en el fondo, sé que no soy la única. Que hay muchas más como yo, intentando fingir que la vida no les pesa mientras arrastran la mochila llena de decepciones pequeñas (y grandes). Las del día a día. Las que nadie ve, pero siempre están.
Me dijeron que todo llega, pero no dijeron cuánto tarda ni lo mucho que duele esperar. No quiero todo, solo quería que la vida doliera un poco menos.
Un abrazo,
espero verte en la siguiente.
Qué rudo este texto. Pero tiene mucha verdad dentro. Yo no sé qué tipo de imagen proyecte allá afuera, pero hay días en los que digo: la vida está en modo hard
Lo mas real que he leido en toda la semana o incluso mes